El Papa San Gregorio Magno nos habla de él en el cuarto libro de sus Diálogos, y empieza por sorprendernos un nombre poco frecuentemente impuesto a un varón: Spes o Esperanza, como si fuese una virtud teologal personificada. San Esperanza fue un monje fundador de un monasterio próximo a Nursia, abad del cenobio, hombre piadosísimo y de gran serenidad que sufrió sin una palabra de impaciencia o desconsuelo la desgracia de ser ciego durante cuarenta años.
Pasado el tiempo, recobró la vista. Y Dios le mandó entonces que visitase los monasterios vecinos predicando a los monjes, para que se viese que el Señor, que le había devuelto la luz, le convertía en instrumento a fin de que los demás le recibiesen en los ojos del alma. A su regreso, tras haber recibido la Eucaristía, murió cantando salmos con la comunidad. Dicen que se vio salir de su boca el alma en forma de paloma blanca que, volando por el oratorio, rompió el techo y se perdió en las aturas.
San Esperanza es el Job cristiano que no pide cuentas a Dios por su desdicha, ya que su humildad le impide hacer reclamaciones, y solo ve en la adversidad una misteriosa prueba de amor que no puede entenderse.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
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